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El dióxido de azufre (SO2) es un gas incoloro, tóxico y corrosivo con un irritante olor acre, que se origina principalmente en procesos de combustión y actividades industriales.
La inhalación de dióxido de azufre provoca irritación de la nariz y la garganta y la exposición a concentraciones más elevadas puede causar náuseas, vómitos, dolor de estómago y daños corrosivos en las vías respiratorias y los pulmones. Muchos procesos que utilizan dióxido de azufre están sujetos a estrictas normas de detección de gases, por lo que un cuidadoso monitoreo para detectar y proteger es vital como parte de los Programas de control de calidad.
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